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¿Vamos al cine?

24 de enero de 1897: Es introducido en Cuba el primer cinematógrafo.

 

Gustavo Andújar*

 

Cada año, durante la primera quincena de diciembre, con motivo del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, cientos de miles de habaneros van al cine, algo que la mayoría de ellos rara vez hace después.

 

La amplia programación del Festival, con un total que ha llegado en años recientes a rondar las 400 películas, siempre incluye ofertas tentadoras que poco podrán los cinéfilos disfrutar después. Así, durante unos pocos días, millares de espectadores llenan las salas de cine para experimentar la magia del llamado séptimo arte, tal como fue originalmente concebido: en una sala oscura, en pantalla grande, con sonido envolvente y en compañía de una audiencia numerosa.

 

Cada una de esas condiciones es importante: la sala oscura reduce las distracciones y nos ayuda a focalizar la atención en lo que nos presenta el filme; la pantalla grande y el sonido envolvente nos transportan a donde ocurre la acción, y los espectadores todos compartimos la experiencia con nuestras reacciones. Risas, murmullos de sorpresa, aprobación o indignación y hasta algún que otro grito de espanto formarán ya para siempre parte de la impresión de la película en nuestra memoria vital. El propio hecho de acudir expresamente al cine a ver una película en particular, genera una especial disposición que agudiza nuestra atención e influye en nuestra capacidad para compartir la experiencia con el resto del público.

 

Es triste que hayamos perdido la costumbre de ir al cine, y lo que nos parezca normal sea ver las películas en casa. Cómodos, es verdad, en pijama y chancletas; pero también entre los ruidos del barrio, las llamadas telefónicas y el alboroto de los niños y los no tan niños. Además, son vistas en una pantalla de televisión, muchas veces pequeña y desajustada, con el pobre sonido que pueden producir las bocinitas del televisor. El cine no se pensó para espectadores distraídos, a quienes les es tan fácil dejar la película para levantarse a tomar agua o ir al baño.

 

Hay razones que explican este proceso de deterioro: el estado lamentable de la mayoría de las pocas salas de cine que todavía funcionan, las dificultades del transporte, por supuesto; pero también la generalizada distribución de audiovisuales en formato digital mediante discos duros portátiles y memorias USB, y en especial el “paquete semanal”, que es, como dicen algunos, la internet y la TV satelital que no tenemos. Su mayor atractivo radica no tanto en la amplitud y variedad de la “oferta” – mayormente de una calidad infame-, sino en la posibilidad de ver lo que uno quiere, cuando uno quiere. Es difícil competir con eso.

 

Si algo vale la pena “rescatar”, como se dice ahora de tantas cosas, es el gusto por ir al cine. Allí, en la sala oscura, las imágenes, palabras, música y efectos sonoros de una buena película pueden, como pocas otras cosas, hacernos soñar, reflexionar y ser mejores.

 

* Director de Espacio Laical, ex-presidente de SIGNIS world y de SIGNIS Cuba.