Esta película (Shoplifters, en su título internacional) inicia con el robo de algunos comestibles en un supermercado, una tarde de invierno, en una combinación entre un papá y su hijo niño. En el camino de regreso a casa, ambos se encuentran en la calle a una niña pequeña, aparentemente abandonada y expuesta al frío, y deciden llevarla consigo. Luego se dan cuenta que la pequeña tiene huellas de haber sido golpeada, por sus propios padres, y más se convencen de quedarse con ella y cuidarla. Poco a poco iremos conociendo más de esta familia que vemos apretada en una diminuta casa japonesa: el matrimonio de Osamu y Nobuyo, la joven cuñada Aki, la abuela anciana, el adolescente Shota y Yuri la niña recogida.
Osamu trabaja de albañil en una empresa, pero se accidenta y queda sin trabajo. Nobuyo labora en una gran lavandería, pero hay recorte de personal y también queda fuera. La abuela recibe una pensión de su esposo difunto porque miente al decir que vive sola. Aki expone su belleza a clientes a través de cristales y bocinas en un negocio erótico. Papá e hijo adiestran a la niña en los robos hormiga. Con esta descripción, lo menos que podría uno decir es que estamos ante un retrato social actual que combina la pobreza, la precariedad laboral, la subsistencia a través de la ilegalidad, las mañas y mentiras, la dudosa moralidad de los personajes. Pero detrás de todo esto que aparece, el notable director japonés Hirokazu Kore-eda nos llevará a ir conociendo poco a poco el interior de las personas, sus motivaciones y secretos, su historia íntima, el contexto social en que todo se va dando.
La situación actual de las familias es un interés muy vivo en el cine de Kore-eda, como lo podemos apreciar en sus notables trabajos anteriores: De tal padre, tal hijo (en 2013), Nuestra pequeña hermana (2015), Tras la tormenta (2016). En todos ellos, se recrean los patrones establecidos de lo que es una familia para ayudarnos a pensar qué hace en verdad un vínculo familiar, o qué significa ser padre o madre. En ésta su última película, el cuestionamiento se agudiza por la misma realidad que vemos en pantalla. El director japonés se atreve a poner en entredicho nuestros patrones de legalidad, de conductas sociales, de vínculo familiar, de estigmatización de la pobreza, y nos lleva a mirar más allá: a seres humanos golpeados y heridos, en la espera casi imposible de un corazón samaritano.
Al seguir su rutina cotidiana, los espectadores vamos creando lazos de simpatías con cada persona de la familia, vamos descubriendo una bondad mayor que los defectos o las miserias, cuestionamos nuestros juicios y prejuicios, vemos en vivo qué hace a una familia, nos dejamos contagiar por la felicidad de lo sencillo y de los pobres. Y en el último tramo de la película, muchos secretos irán apareciendo –secretos que no podemos aquí revelar- que nos llevarán a preguntarnos: ¿qué hace en verdad a un matrimonio, a una familia, a unos hijos?; ¿puede uno elegir su familia?; ¿cuándo un niño puede de veras decir “papá”, “mamá”?
Quizás lo podamos entrever en la secuencia en la playa, el momento más lleno de luz y de risas de toda la historia. Ella nos baña con un sentimiento de felicidad pura, y con un “gracias” musitado desde el corazón de la abuela.
Este año 2019, las películas seleccionadas para el Oscar a mejor filme extranjero: Roma, Cold War, Cafarnaum y Un asunto de familia, nos abrazan en nuestra frágil condición humana y nos invitan a ver más allá, a tener esperanza, a creer que el amor siempre permanece y salva. Entonces damos gracias al cine como expresión de la mejor humanidad para todos.
Luis García Orso, S.J,
México, marzo de 2019