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Roma

SIGNIS ALC

28 diciembre 2018

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Casa Crítica

Roma, de Alfonso Cuarón

Roma, de Alfonso Cuarón

Roma es una historia de amor: a uno mismo, a la familia, a la ciudad, al país; de amor a la vida y a los recuerdos.

 

Al iniciar la proyección de la película, en una superficie de mosaicos cuadrados van apareciendo los créditos, y el agua empieza a correr sobre el piso. Sin dejar de seguir corriendo, el agua toma el rumbo de una coladera. Luego, ahí mismo, en el agua, un reflejo del cielo y un avión que pasa. En esos precisos y preciosos minutos está quizás concentrada toda la historia íntima y biográfica que nos cuenta Alfonso Cuarón.

Cleo, la sirvienta oaxaqueña, lava el piso de la entrada al patio-cochera de una casa en la colonia Roma Sur, del Distrito Federal. El piso de una casa será el primer acercamiento que hacemos a la historia; el piso que es nuestra propia realidad como personas, como familia, como sociedad.  En 1970, una familia mexicana de clase media, con cuatro niños y la abuela materna en casa; un padre médico casi siempre ausente, en viajes y en congresos, sin palabra; dos mujeres mixtecas que son todo: sirvientas, cocineras, lavanderas, nanas, memoria, secretos, silencios… Un perro pastor tan fiel y alegre como las sirvientas; un carro Galaxy que apenas, forzadamente, cabe en la casa, como el padre-macho. Una familia, una ciudad y un país que inician un nuevo período de su historia, o que lo terminan, pues el agua se lo llevará, como a la caca del perro.

La historia de cada uno de nosotros está ahí: en el piso, en el ambiente, en las canciones por la radio, de Pirulí o de José José, y en los programas cómico-familiares de Televisa; en las idas al cine, en los pleitos de niños y en sus tareas escolares, en la lejanía afectiva de papá, en la abuela en casa, en los mimos de las nanas, en la autoridad de mamá, en nuestros sueños de niños… Contar una película es contar nuestra propia vida, nuestros recuerdos y nuestros sentimientos, lo que somos y lo que llegamos a ser.  Todo tan simple, todo tan rutinario, pero es la vida. Así como los sonidos de la calle: del afilador, del carrito de camotes asados, del camión de la basura, de la banda de guerra de la escuela… Todo es nuestro.

Con imágenes claras y sutiles, Cuarón nos va adentrando en esa realidad para dejarnos ver la desigualdad social a que nos acostumbramos: entre los patrones y las sirvientas, entre Roma Sur y Neza, entre ser mujer o ser hombre y macho, entre jugar en el bosque o en charcos enlodados, entre ser estudiantes o ser jóvenes contratados como paramilitares… Y todo en medio de la siempre presente y ominosa foto de Luis Echeverría, que luego nos lleva al sangriento  jueves de Corpus de 1971.

Cuarón nos narra una historia muy íntima y muy universal. De su mano, pocas veces en el cine vemos como aquí lo que es la profundidad y el significado de los planos abiertos, las panorámicas de un lugar, los sonidos, la fotografía en blanco y negro. Cuarón hace de nuestra vida ordinaria un milagro y una sinfonía.

El agua aparece siempre en esta historia: para lavarnos, refrescar, limpiar, apagar el fuego,  jugar, recordar, llevarse algo… Como en la secuencia inicial, el agua también ha de arrastrar a la coladera los residuos de nuestra historia para que el piso luzca limpio de nuevo, ¡aunque se vuelva a ensuciar! Los protagonistas de Roma lo hacen, especialmente las mujeres: Cleo y Sofía. El viaje a la playa de Tuxpan es climático en la narración: tomar distancia de la casa, tomar decisiones, salvar una familia, volver a estar juntos. El mar está ahí imponente y mágico, amenazante y redentor.

Roma es una historia de amor: a uno mismo, a la familia, a la ciudad, al país; de amor a la vida y a los recuerdos. Revivir esta historia de Roma, nuestra historia, es para Cuarón una deuda, una purificación, una esperanza. El cielo se refleja en el agua, en la misma coladera. Un avión surca el cielo, pasa: todo pasa. La vida sigue: un poco igual, un poco diferente, nueva, madurada. En Roma, algo se rompe, algo se muere, algo comienza.

 

Luis García Orso, S.J.

México, diciembre de 2018