Por: Luis García Orso, S.J*
Las aventuras de Pinocho (Pinocchio) es la recopilación de una serie de cuentos que fueron publicados semanalmente de 1881 a 1883, bajo el título de Storia di un burattino (Historia de una marioneta), por un periodista italiano, Carlo Collodi. La situación de pobreza y corrupción en la era industrial y posterior a la unificación de Italia por el rey Vittorio Emanuele II, están presentes en esa serie de cuentos y aventuras en que su autor hace una crítica social a los poderosos y deja algunas propuestas para mejorar como seres humanos. No eran, pues, en su origen unos cuentos inocentes para niños. Muchas adaptaciones se han hecho desde entonces. Desde 2008, el cineasta mexicano Guillermo del Toro (Guadalajara, 1964), soñó con filmar su versión; ahora la ofrece, en mancuerna con el director de animaciones Mark Gustafson. El resultado de este nuevo Pinocho es espléndido y conmovedor.
Desde el principio de la historia cinematográfica aparecen los fuertes lazos que unen a un papá y su hijo, sea como niño real o como una marioneta de madera tallada. El Hada “de las cosas pequeñas y olvidadas” infunde alma al muñeco para que el viejo carpintero no esté solo; Pinocho empieza a aprender qué es ser niño, mientras Gepetto ha de aprender qué es ser papá y a permitir a su hijo ser lo que es. Pero el mundo de adultos –el Estado, la Iglesia, la escuela, la tradición- no lo permiten: “¿Quién controla a este niño?”, se preguntan. Pinocho se rebela, deja la escuela y se va a actuar en un circo. ¿De veras estamos hechos para obedecer?, cuestiona nuestro protagonista, pero también los espectadores, al adentrarnos en esta historia situada en el fascismo italiano de la segunda guerra mundial. Parecería que en nuestro mundo todos han de ser títeres movidos por los hilos de algún ambicioso con ansias de poder –como el Conde Volpe-, mientras el único títere en verdad quiere ser libre y creativo.
Con el lema de “Creer, obedecer, combatir”, el régimen pide reclutar y entrenar niños para la guerra, al servicio del Duce Mussolini. También entonces se rebela Pinocho, y le secundan el niño del jefe militar y el criado-diablillo. Para salvarse de la persecución en su contra, van a dar al mar y se los traga la ballena o bestia marina. Ahí Pinocho reencontrará a su padre, a quien ahora es llamado a salvar. Para lograrlo, el hijo hará todo lo que pueda, aun a costa de su vida, aun mentir y que le crezca la nariz y lo ponga en evidencia.
Todas las aventuras que va pasando nuestro protagonista son una figura de la vida con sus pruebas y dificultades, logros y satisfacciones, para poder crecer, seguir, ser humanos. “La vida es un regalo maravilloso”, pero no es fácil, y hay que aprender a vivirla, en cada momento, aun cometiendo errores, y ser lo que cada uno es. El niño-marioneta nos va mostrando con sus actitudes cómo poner bondad y libertad en medio de la maldad y la imposición que nos rodea. Del Toro apuesta por el amor de cada pequeño acto, aunque para el sistema establecido esa acción parezca desobediencia o rebeldía. La vida es corta y hay que saberla vivir siendo cada quien uno mismo y siendo bueno, porque «lo que tiene que pasar, pasará, y un día ya no estaremos».
Esta versión de Pinocho nos conecta con otras creaciones de Guillermo del Toro, como El Espinazo del Diablo (en 2001), El Laberinto del Fauno (en 2006), y La forma del agua (en 2017), donde seres rechazados y vistos como creaturas monstruosas nos muestran cómo ser humanos en medio de tanta inhumanidad.
La nueva adaptación del cuento clásico luce espléndidamente –aun en las escenas más sombrías y duras- gracias al diseño de cada personaje y de los escenarios de la historia: texturas, colores, iluminación, detalles mínimos…, elaborados por muchísimos artistas, entre ellos varios mexicanos. Este gran equipo de creadores ha puesto todo su cariño y cientos de horas trabajo para regalarnos unos personajes que parecen actores verdaderos en cada toma de la llamada ‘stop motion’. Es un cine tallado a mano, cuadro por cuadro, con mucho corazón y un genio enorme. Del Toro ha dicho: “La animación es arte, la animación es cine y no es un género hecho para niños, sino un medio que nos va a permitir hablar cosas profundas, dolorosas, hermosas, de manera más adulta”
Guillermo del Toro sorprendió desde niño a sus padres por su desbordante imaginación y creatividad, y aun con su desconcierto, ellos le apoyaron a seguir su vocación. Ahora Guillermo dedica esta película “A mi padre y a mi madre” (recién fallecidos). En verdad ésta es una historia para que papás e hijos, abuelos y nietos, la vean y la comenten juntos. Pinocho y Gepetto les acompañarán.
Diciembre 16 de 2022
* Luis García Orso, Sacerdote Jesuita, crítico cinematográfico, ex vicepresidente de OCLACC (actualmente SIGNIS ALC), Asistente eclesiástico de SIGNIS.