Por: Luis García Orso S.J*

Max y Leo, de ocho y cinco años, son llevados de Jalisco a Albuquerque (Estados Unidos) por Lucía, su madre, en busca de una mejor vida. Los tres representan a tantas familias migrantes, ayer y hoy. Llegan a un pequeño departamento en el motel de un matrimonio chino, y en un barrio habitado sobre todo por latinos.  Como los hermanitos han de quedarse solos en casa mientras la mamá se va a trabajar a una lavandería, en  largas y cansadas jornadas,  Lucía les  deja grabadas, en un viejo aparato de cassettes, las reglas básicas de seguridad y conducta: “No salir nunca del departamento, mantener todo limpio…”,  y unas clases elementales de inglés. La promesa es llevarlos a Disneylandia. La voz grabada del abuelo los anima también: “Espérenme, ai’ voy”.

Samuel Kishi Leopo (Guadalajara, 1984) crea una entrañable historia de ficción con sus recuerdos biográficos de niño migrante; con cada detalle de un confinamiento en tierra extraña, visto desde el aprendizaje de unos niños.  El cuarto de motel es el espacio donde un par de hermanitos han de aprender a esperar, a cuidarse, a vivir, jugar, conocer, obedecer, sorprenderse, y a construir un mundo imaginario con sus dibujos, que los hace fuertes ante la adversidad. Ellos son “los lobos”.

Afuera, del cuarto y del motel, está un barrio de gente migrante, de chicanos, de drogadictos, de marginados; de niños que no saben tampoco qué hacer con su tiempo mientras sus padres están ausentes, en largas jornadas de trabajo. “¿Por qué mejor no nos regresamos?”, pregunta con razón Max. El foco que cuelga del techo nos irá haciendo entender que hay un mundo de droga y de narcos del cual la pequeña familia huyó, desde Tlajomulco, Jalisco.

Lucía y sus hijos son una manada de lobos que se cuidan, se defienden, se pertenecen, se abrazan, en un territorio nuevo y hostil. Poco a poco, también ahí, habrán de  descubrir otras personas solas y heridas, que quieren estar, ayudar, acompañar. Cuando llega Halloween y el Día de Muertos, habrá motivos para celebrar esa comunión de los marginados, de los migrantes, de fantasmas buenos que quieren reconciliarse.

Samuel Kishi toma con enorme cariño sus vivencias de niño migrante, junto con su hermano Kenji y su madre Marcela, y las ha encarnado en  este par de extraordinarios hermanitos, Max y Leo Nájar Márquez, que no sólo actúan, sino viven lo que están pasando, al lado de la actriz Martha Reyes que hace de mamá con tanta verdad.  Los lobos es una historia para sentir y contemplar, porque más que de palabras está creada de sentimientos, de gestos, silencios, miradas, sonrisas, lágrimas, recuerdos, abrazos. El director nos conduce al corazón y a la ternura que podemos encontrar en un mundo que podría parecer sólo sucio y vacío. . “¿Qué ves?”, me preguntan.

Los lobos ha obtenido más de 20 premios  en festivales internacionales (Berlín, Friburgo, Calgary, Guanajuato, Miami, el premio SIGNIS en La Habana); detenida su exhibición por la pandemia,  finalmente llega a la cartelera nacional.

Samuel Kishi ha hecho un homenaje lleno de amor a su madre, Marcela, y a todas las familias migrantes, y a quienes creen que la ternura puede hacer un mundo mejor.

* Luis García Orso, Sacerdote Jesuita, crítico cinematográfico, ex vicepresidente de OCLACC (actualmente SIGNIS ALC)

México, junio 15 de 2021