En una pequeña aldea rural llamada Inviolata, todos sus pobladores, de todas las edades, trabajan como esclavos para una mujer aristócrata venida a menos, la Marquesa Alfonsina de Luna. Nunca ganan nada y siempre están en deuda con la patrona. Viven alejados de toda civilización, sin contacto con ninguna información o educación, y sin pensar que su vida podría ser de otra manera. Al principio de la historia ni siquiera sabemos en qué época estamos; sospechamos, equivocadamente, que a fines del siglo XIX. Los aldeanos temen a un lobo animal, pero no a los lobos humanos.
En esta comunidad, Lazzaro es un chico huérfano, de unos 16 años de edad, bondadoso y trabajador, del cual se aprovechan sus mismos paisanos. “Yo les exploto, y ellos le explotan a él”, dice la marquesa. Pareciera que explotar a otro, al más débil, está en la condición humana. Sin embargo, Lazzaro es siempre, para todos, atención, dulzura, cuidado. Cuando la Marquesa y su joven hijo Tancredi llegan a pasar unos días en la villa, éste toma a Lazzaro como su amigo y su sirviente, su medio hermano, y el chico bueno empieza a creer que se puede hacer una amistad entre desiguales. Cuando Tancredi desaparece, Lazzaro sale a buscarlo y después cae de un acantilado y sobrevive gracias a un lobo que acude a él. Pero ya no se da cuenta que la comunidad ha sido desalojada cuando la policía descubre las condiciones de vida en que se encuentran.
Y aquí comienza la segunda parte de la historia, convertida casi en un cuento fantástico, en una hermosa fábula, en un sueño. Lazzaro vaga por una gran ciudad industrial del tiempo actual, gris, ruidosa, desigual, y encuentra a Tancredi y a personajes de su aldea que conoció de niños y que ahora tienen unos veinte años más. Siguen siendo gente descartada de todo beneficio, parias de un sistema social depredador, refugiados en las orillas, sobrevivientes gracias a su picardía y su unión, pobres en una sociedad salvaje y refinada, pero solidarios con otros pobres. Y Lazzaro sigue el mismo eterno joven, siempre bondadoso, atento, ingenuo, respetuoso; que quiere enseñar a su gente cómo sobrevivir en este mundo, y que quiere seguir creyendo en la inocencia de los diferentes. Pero ¿se puede vivir la bondad en un mundo de maldad e injusticia? ¿Es el hombre siempre un lobo para el hombre o puede haber un lobo bueno?
La película se une al realismo y la magia de los mejores cineastas italianos, como De Sica y Pasolini. Alice Rohrwacher (Fiesole, 1982), la joven realizadora italiana, merecedora de este mejor guion en Cannes 2018, ha dicho de su película: “Lazzaro felice es la historia de una santidad común: la santidad de vivir en este mundo sin querer dañar a los demás y creyendo en los seres humanos. Es el camino de la bondad, que siempre ignoramos, pero que siempre vuelve a presentarse y a interpelarnos. Como algo que podría ser, pero que nunca hemos querido”. Una utopía, un evangelio, quizás un sueño que no muere.
Luis Garcia Orso, S.J. / México, abril 20 de 2019