El gran clásico de Tomás Gutiérrez Alea arriba a los 50 años de su estreno con la misma lozanía de su primera proyección, en la lejana fecha de 1968.
El gran clásico de Tomás Gutiérrez Alea arriba a los 50 años de su estreno con la misma lozanía de su primera proyección, en la lejana fecha de 1968.
Por Jorge Villa, primer director de SIGNIS ALC y vicepresidente de SIGNIS Cuba
La Habana.- A mediados de la década de 1970 dirigía el Cine Club del Ministerio del Trabajo con la asesoría del desaparecido crítico y especialista José Antonio González. Recuerdo que uno de los ciclos exhibidos que mayor polémica causó en aquel entonces fue el de “Cine y Sociedad”.
Varias películas fueron debatidas, entre ellas las norteamericanas Gigante, del director George Stevens, y Nido de ratas, de Elia Kazan; la italiana La dulce vida, de Federico Fellini, y la cubana Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea (Titón).
Han pasado muchos años desde entonces, y nuestro gran clásico latinoamericano arriba a los 50 años de su estreno con la misma lozanía de su primera proyección, en la lejana fecha de 1968. Esa “frescura” se debe en parte a la espontaneidad con que fue filmada y también, según expresara Titón, a que fue la película en que más libre se sintió “de los compromisos falsos o verdaderos que uno hace consigo mismo”.
Es innegable que toda obra cinematográfica tiene un fuerte vínculo con la realidad social que la rodea. De ella se muestran algunos aspectos y se utilizan de acuerdo a las necesidades dramáticas de su director.
Es en este proceso donde la realidad social puede ser distorsionada o mostrarse plenamente, de acuerdo a la visión que quieran ofrecer los factores involucrados en el proceso de creación de una película; no siempre responsabilidad de su realizador cuando influyen otras presiones de índole económica, política e ideológica.
La vigencia de Memorias del subdesarrollo radica en la objetiva realidad social que expone y el enfrentamiento de la misma con la visión subjetiva del protagonista, así como en los contrastes ideológicos que, sin embargo, completan la realidad de aquella época, con sus logros y equívocos, no muy diferente a la actual.
Sergio, su protagonista, encuentra que no “encaja” en el nuevo orden social, no lo comprende y siente la necesidad de refugiarse en un micromundo, mientras se enfrenta a la disyuntiva de irse o quedarse. ¿Cuántos Sergios no hay todavía en la Cuba actual?
Este personaje, tan bien trazado, nada caricaturesco, que puede provocar rechazo, es a la vez presentado con cierta lucidez, y permite a Titón expresar su sentido crítico hacia el llamado momento histórico que vivía la nación y hacia aquellos que creían tener la verdad absoluta al instaurar, como parte de nuestro patrimonio, la mediocridad y el burocratismo.
Es una película honesta, de reflexión y de conciencia, donde se entrecruzan pasado y presente, desde la cual es observado el entonces naciente proceso revolucionario.
Memorias del subdesarrollo es un ejemplo idóneo de la función social de una obra cinematográfica. Nos transmite varias inquietudes y nos lleva a compartir su actitud crítica, reflexiva, nunca indiferente ante lo que nos muestra. Es una película sobre la responsabilidad de los hombres y mujeres ante el entorno en que se desenvuelven y, al mismo tiempo, un filme socialmente comprometido.
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